“…La pérdida del empleo supone una disminución de los ingresos en el hogar, con consecuencias que van más allá de la disminución del poder adquisitivo de la familia. Se ha visto que la disminución -y especialmente la desaparición-de los ingresos, perjudica a la salud mental de los individuos desempleados (Buendía, 2010;Creed y Macintyre, 2001;Janlert y Hammarstrom, 2009; Nuttman-Swartz y Gadot, 2012;) y a las relaciones familiares (Conger et al, 2010;Mistry et al, 2008;Vinokur et al, 1996;Weckström, 2012) , afecta a la capacidad de las familias para satisfacer las necesidades más básicas de sus miembros (Neppl, et al, 2015;Wray, 2015) y dificulta el acceso a la formación académica (Kalil y Wightman, 2011), contribuyendo así a la transmisión intergeneracional de la desigualdad y la pobreza (Flores et al, 2016).…”