<span>El hambre que persiste en la población mundial se considera como uno de los problemas más profundos que la sociedad aún no ha resuelto. Para México, los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) indican en 2014, que el 23% de los mexicanos padecían carencia por acceso a la alimentación. En este artículo se presenta un diagnóstico sobre la carencia en el consumo de alimentos en los hogares mexicanos. El trabajo tiene como objetivo examinar la magnitud e intensidad del hambre en los hogares mexicanos entre 2008 y 2014, vista a través del déficit en el consumo de energía necesario para desarrollar las tareas físicas e intelectuales cotidianas en el contexto de la crisis del precio de los alimentos. La aproximación metodológica es cuantitativa por lo que se utilizaron los microdatos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) de 2008 y 2014, a partir de los que se elaboró un indicador que clasifica la condición alimentaria de los hogares, haciendo un especial énfasis en aquellos que tuvieron un consumo por debajo de lo recomendado. Los resultados muestran que durante el periodo de análisis el número de hogares en situación de hambre se incrementó en 177,768 unidades, en este sentido, para 2014 el hambre afectó a 11,238,031 hogares, su patrón de consumo característico está constituido por distintos grupos como los cereales (la tortilla de maíz y el arroz), los productos de origen animal como la carne y vísceras de pollo, leche, queso y huevo, y los cereales y bebidas procesadas.</span>
<span lang="ES">A pesar de que el medio rural de México y España presenta contextos diferentes, en ambos casos se ha producido una reducción histórica del peso de la población rural desde los años sesenta hasta la actualidad. Además, tanto en uno como en otro país, las migraciones desde el medio rural suelen involucrar preferentemente a los habitantes más jóvenes. Paradójicamente, los procesos socioeconómicos que atañen al medio rural en la actualidad —tecnificación de la agricultura, diversificación sectorial, descentralización institucional y la creación de estructuras estables de gestión del desarrollo— hacen que también los jóvenes urbanos, dentro de un proceso de valorización simbólica del rural, vean en él un ámbito deseable para su desarrollo profesional, aunque de manera aparentemente más restringida. En ese contexto, el texto presenta los resultados preliminares de una investigación que se plantea el papel que la formación puede tener a la hora de facilitar la sostenibilidad de las poblaciones rurales, proporcionando expectativas y posibilidades de inserción laboral en esos territorios, o, por el contrario, incentivando a la juventud a desarrollar sus cualificaciones en otros entornos. Para ello se ha desarrollado una metodología cuantitativa y cualitativa en una muestra estructural de centros educativos de diferentes niveles formativos —fundamentalmente formación profesional y universitaria— y contextos territoriales, con el objeto de poner en relación los rasgos estructurales e institucionales de cada uno de esos ámbitos con las expectativas de distintas categorías de jóvenes, definidas en función de sus rasgos sociales. De manera preliminar, se observa cómo las trayectorias formativas juveniles clausuran la clásica segregación rural urbana, gracias a la movilidad, si bien esos procesos se hallan en buena medida condicionados por los factores de origen social y género, y no siempre les permiten aspirar a empleos formales y bien remunerados, tanto en las ciudades como en el campo.</span>
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